¿A quién favorece un golpe de Estado en Colombia?

En medio de un país polarizado, en el que las sensibilidades políticas afloran fácilmente, promover un golpe de Estado es desatinado.


Fernando Alexis Jiménez | Periodista independiente y dirigente sindical


La propuesta del ex presidente, Álvaro Uribe Vélez, de generar insubordinación de las fuerzas militares, no hace otra cosa que alimentar el caldo de cultivo para un golpe de Estado, sea de facto o de carácter blando, en contra del mandatario Gustavo Petro.

Es un país democrático es apenas natural que haya quienes no compartan las políticas gubernamentales. Pero de ahí a proponer un cambio en el orden institucional, a la fuerza o mediante triquiñuelas, hay una brecha enorme. Es desconocer la tradición democrática que ha acompañado a Colombia, salvo en el período del general Rojas Pinilla.

El militarismo en el poder en América Latina no ha dejado buenas experiencias. Desaparecidos, torturados, asesinados y centenares de familias llorando a sus seres queridos que, en medio de un proceso golpista, salen y jamás regresan.

El mejor retrato que podemos tener, se describe en la película “La noche de los lápices” que describe el drama de los líderes sociales tras el arribo de Augusto Pinochet al poder, en Chile.

Vamos ahora al escenario de un golpe blando. Ya se vivió la experiencia con el maestro Pedro Castillo, en el Perú. El mandato de Dina Boluarte ha sido inestable, en materia social, política y económica. Están viviendo uno de sus peores momentos, ni siquiera comparable a cuando gobernaba el funesto Alberto Fujimori.

En la época de Uribe los niveles de inconformidad eran muy altos. Pero jamás se habló de un movimiento golpista. No obstante, el ex mandatario que nos evoca las mejores escenas del “Otoño del patriarca”, de Gabriel García Márquez, sí contempla pasar por alto la democracia, aun cuando él mismo se proclama demócrata. Las contradicciones que le asisten siempre.

Una dictadura no es buena, ni de derecha ni de izquierda. Y, por supuesto, un golpe de Estado no favorece a nadie en el país. Por el contrario, alimentaría los vientos de la desgracia, afectando a los más vulnerables.

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